La capacidad de doblar la lengua en forma de U (como si fuera un canutillo) es uno de esos “trucos” corporales que suelen circular como si fueran una prueba simple de genética. Pero la evidencia acumulada apunta a lo contrario. No depende de un único gen, no sigue un patrón mendeliano limpio y, además, puede verse modulada por la anatomía y el aprendizaje.
En España y en otros países se ha usado durante décadas como ejemplo escolar de herencia dominante, aunque los propios estudios familiares y con gemelos han mostrado que el encaje es, como mínimo, imperfecto.
En distintas poblaciones, los trabajos clásicos y revisiones divulgativas basadas en esos datos sitúan la prevalencia de “enrolladores” en una horquilla amplia (aproximadamente entre dos tercios y cuatro quintas partes). El margen varía por cómo se define el gesto y cómo se comprueba.
Una pista interesante es que, cuando se evalúan varios movimientos linguales en una muestra sana, parte de los participantes cree que puede hacer ciertos gestos pero no los ejecuta correctamente cuando se les pide. Esa diferencia entre percepción y ejecución sugiere que el “sí o no” no siempre es tan obvio como parece frente al espejo.
La explicación más sólida (genes, anatomía y práctica)
Los especialistas consultados en la información de origen (los genetistas Olavo Siqueira, Samuel Nogueira y Betânia Loures) señalan dos grandes piezas del puzle.
Una es la biomecánica. La lengua es un órgano muscular complejo y su capacidad para adoptar una forma depende de la flexibilidad, el control fino y la coordinación de sus músculos, además de factores anatómicos como el paladar y el espacio disponible en la cavidad oral.
La otra es la herencia. La hipótesis más aceptada hoy es que, si hay componente genético, este se parece más a un rasgo poligénico y multifactorial (muchos genes con efectos pequeños, más ambiente) que a un interruptor de “gen único”. En genética, esa categoría se usa para características que no siguen las reglas simples de Mendel y que también pueden verse influidas por el entorno.
Ese enfoque encaja con lo que muestran los datos citados por investigadores y divulgadores académicos. Los estudios en familias y gemelos indican que hay influencia genética, pero también margen para factores no genéticos (desde variaciones anatómicas hasta aprendizaje).
¿Se puede aprender a doblar la lengua?
La idea de que la habilidad puede entrenarse no es un mito urbano sin más. Si el gesto depende en parte del control muscular y de la coordinación, es razonable que algunas personas mejoren con práctica. Esto no significa que cualquiera vaya a conseguirlo, pero sí que el rasgo no funciona como un “test genético casero”.
Una recomendación práctica para el lector es sencilla. Si tras varios intentos la lengua no adopta la forma, no hay motivo para preocuparse. No es un indicador de salud ni una señal clínica.
Otro punto en el que coinciden los especialistas es que no parece existir una ventaja evolutiva directa asociada a este gesto. Más bien es un ejemplo útil de cómo pequeñas diferencias en anatomía, desarrollo y herencia pueden traducirse en capacidades corporales distintas sin que eso implique superioridad biológica.




















