En los últimos tiempos los índices de consumo de libros han aumentado, ya que el leer es nuestra forma de evasión con mayúsculas, aunque tengamos otros recursos.
Leer un libro nos permite ampliar nuestros horizontes, sin importar dónde o con quién estemos. Y adentrarnos en sus páginas y disfrutar de sus contenidos es el equivalente a subirnos en un avión del que nosotros mismos elegimos el destino.
El problema es que las actuales circunstancias hacen que cada vez tengamos menos tiempo para dedicarlo a esta maravillosa actividad que es no solo edificante, sino que ayuda a nuestro cerebro a mantenerse activo y alerta.
Que nunca falten los libros
Como profesora universitaria, observo con frecuencia que muchos estudiantes no comprenden bien lo que se les pide, no por incapacidad, sino porque nor prestan con atención al leer las instrucciones. A menudo pasan por alto aspectos clave de un enunciado, ignoran condiciones explícitas o entregan tareas incompletas.
Este patrón no es anecdótico: se repite en todas las asignaturas de diferentes cursos y parece formar parte de una tendencia generacional. Un ejemplo reciente: hace unas semanas proyecté en clase el famoso vídeo del gorila invisible, un experimento clásico de la psicología. Aunque en los estudios originales solo alrededor del 42 % de los participantes detecta al gorila, en mi clase lo vieron el 90 %.
A simple vista, esto podría interpretarse como una mejora en la capacidad de atención dividida. Sin embargo, la observación cualitativa sugiere lo contrario: la mayoría no había escuchado bien las instrucciones iniciales (“cuenta la cantidad de pases que el equipo de camisa blanca se hace entre sí. Debes permanecer atento y tener en cuenta tanto los pases aéreos, como los pases que se dan por rebote”).
Solo los alumnos que habitualmente prestan atención en clase, y que no vieron al gorila, habían seguido el objetivo de la tarea. Una vez más, el problema no es solo de atención sostenida, sino de atención inicial y consciente.
Dispersión cognitiva
Numerosos estudios coinciden en señalar una pérdida de capacidad de concentración lectora en la Generación Z, especialmente en entornos académicos. Los expertos observan que los estudiantes actuales “leen velozmente, pero no con eficacia”. Leer con atención profunda se ve obstaculizado por la multitarea, la fatiga informativa y la preferencia por contenidos breves, visuales y multimodales (texto, vídeo, música).
Pero no solo ellos. Todos estamos hoy expuestos a un ecosistema de información fragmentada, donde prevalece la inmediatez sobre la reflexión.
Un informe interno de Microsoft Canadá de 2015 comprobó que la capacidad de atención sostenida había bajado 4 segundos (de 12 a 8). Otro estudio posterior del New York Times con expertos del Laboratorio de Interacciones entre HUmanos y Máquinas de la Universidad Carnegie Mellon comprobó que las personas a las que se interrumpe a menudo dan un 20 % más de respuestas incorrectas.
¿Leer distinto o leer menos?
A pesar de estos datos, no es cierto que los jóvenes no lean. Simplemente leen de otra manera. Un estudio de 2023 de la plataforma Wattpad revelaba que el 67 % de los miembros de la Generación Z lee habitualmente desde su móvil, y que valoran especialmente los contenidos con representación diversa. Además, consumen más ficción de géneros como fantasía, terror o ciencia ficción que generaciones anteriores.
En lugar de despreciar estos nuevos formatos, debemos entender que el hábito lector ha mutado hacia entornos digitales, móviles e interactivos. La clave no está en juzgar qué leen, sino en ayudarles a recuperar la intención con la que lo hacen.
Leer con atención e intención
La lectura académica y profesional exige algo más que decodificar palabras: requiere interpretar, seleccionar, relacionar e inferir. Estas tareas cognitivas necesitan atención sostenida, pensamiento crítico y regulación emocional. Afortunadamente, existen estrategias eficaces para ayudar a los estudiantes universitarios (y a todos nosotros) a recuperar una lectura más atenta y profunda, como las siguientes:
Enseñar estrategias metacognitivas, como la relectura activa, el subrayado estratégico y la elaboración de preguntas durante la lectura, ha demostrado mejorar significativamente la comprensión lectora. La lectura en voz alta o grupal, practicada en contextos colaborativos, puede favorecer la concentración y la interpretación crítica del texto.
Promover la lectura lenta y deliberada, una práctica que invita a reducir la velocidad para profundizar en el significado, puede contrarrestar los hábitos de lectura superficial desarrollados en entornos digitales. En el aula, esto puede traducirse en sesiones de lectura guiada, anotaciones reflexivas o ejercicios de comparación entre fuentes con distintos niveles de profundidad.
También resulta útil entrenar la identificación de la voz del autor, el análisis del género discursivo o la comprensión de la estructura argumentativa, tareas que refuerzan la competencia estratégica, clave para la comprensión profunda. La lectura es, al fin y al cabo, una práctica cultural y mental compleja que debe ser enseñada explícitamente, no solo asumida como algo adquirido.
Leer para comprender y decidir
En un entorno de sobreestimulación constante, leer bien no es una habilidad garantizada. Es una competencia que debe entrenarse, cuidarse y revalorizarse.
Si no enseñamos a la Generación Z a desarrollar estrategias lectoras activas, corremos el riesgo de formar profesionales que no comprendan bien lo que se les pide, que tomen decisiones sin entender los datos o que no distingan una fuente fiable de un titular engañoso.
Educar en la lectura no se limita a enseñar a leer libros: es enseñar a leer instrucciones, contratos, correos, documentos técnicos, discursos políticos y pantallas. Es enseñar a detenerse, a interpretar y a pensar. ECOticias.com