El número de incendios forestales en España ha caído un 35 por ciento en la última década, pero la superficie quemada apenas ha bajado un 5 por ciento, lo que indica que los fuegos son cada vez más grandes, destructivos y difíciles de controlar, según una organización ecologista.
Entre 2015 y 2024, España ha registrado una reducción del 35 % en el número de incendios forestales respecto a la década anterior (2005-2015), según el último informe «Incendios fuera de control. 20 años promoviendo la prevención», publicado hoy por la organizacion en el vigésimo aniversario del trágico incendio en Guadalajara, en el que fallecieron 11 personas.
Con respecto a la superficie afectada por las llamas, esta ha descendido un 5 por ciento en ese mismo periodo, una diferencia que pone de manifiesto un problema de fondo: «Hay menos fuegos, pero son mucho más grandes e incontrolables«.
Los ‘grandes incendios’ también son consecuencia del cambio climático
WWF España publicó su informe anual de incendios, en el cual analiza la evolución de los grandes incendios forestales en los últimos 20 años, cuando comenzó a estudiar estos fenómenos. El primer gran incendio forestal del verano en Lleida fue el primer aviso del nuevo de tipo de incendios: cada vez más grandes y con potencial de quemar miles de hectáreas en pocas horas. El cóctel nocivo que genera la crisis climática, sumado a unos campos secos, picos de calor, y el abandono de los montes incrementan el potencial explosivo, según concluye el informe.
En las últimas dos décadas, hay una clara tendencia en la extrema intensificación y peligrosidad de los incendios forestales a escala global y en España. Desde 2017, además, se ha identificado un nuevo tipo de incendios, catalogados como de ‘sexta generación’, que son capaces de modificar las condiciones meteorológicas y desbordan la capacidad de extinción.
Estos incendios son de alta intensidad debido a una gran acumulación de combustible seco que, junto con el impacto de los efectos de la crisis climática, los vuelve ‘explosivos’ e impredecibles, generando pirocúmulos, nubes de gases y vapor de agua, que pueden derivar en ‘tormentas de fuego’.
«Los incendios extremos son el claro síntoma de una crisis ecológica, climática y territorial. Su futura evolución es una de las mayores incertidumbres en la gestión de riesgos forestales, y dependerá de cómo abordemos colectivamente el uso del territorio, la planificación rural y la emergencia climática.
Lo que no está en duda es que, sin medidas estructurales, estos incendios serán cada vez más frecuentes, intensos e incontrolables«, afirma Lourdes Hernández, especialista del programa de Bosques y autora del informe.
Desconocimiento = mayor riesgo de incendios
El paisaje es clave para entender el incremento en la proporción de grandes incendios forestales. Un paisaje homogéneo, sin usos y sin gestionar, agrava los incendios. En España ha aumentado la superficie forestal un 7 % desde el 2005 hasta el 2024, alcanzando más de 28,4 millones de hectáreas. Sin embargo, este incremento de la superficie forestal no se ha traducido en un aumento de bosques sanos, resistentes y resilientes.
De hecho, según el último informe del Gobierno español sobre el estado de conservación de los hábitats de la red Natura 2000, muestra que los sistemas forestales se encuentran en un declive grave ya que para el periodo 2013- 2018, hasta el 89 % de los bosques se encontraban en estado «Desfavorable». Además, el 24 % están enormemente estresados y debilitados, claro indicador del deterioro en su capacidad de resiliencia y en su potencial inflamable.
El abandono de los usos agrarios y el descenso de la ganadería extensiva son claves para entender la transformación del paisaje que ha sufrido España en estos últimos 20 años y, que, de continuar así, podría agravarse aún más. En 2019, se estimaba que al menos 2,32 millones de hectáreas estaban abandonadas o sin aprovechamiento agrario.
Para 2030, se proyecta que cerca del 10 % de la superficie agraria podría estar en riesgo alto o muy alto de abandono debido entre otros a la falta de rentabilidad o a la ausencia de relevo generacional. Mientras, hay un preocupante declive de la cabaña ganadera de ovino de casi el 40 % en los últimos 30 años. Y en este mismo periodo, el número de cabras ha descendido alrededor del 30 %.
«Urge diseñar y gestionar territorios inteligentes que conjuguen la recuperación de un tejido productivo con la prevención de incendios, la conservación de la biodiversidad y la lucha contra las consecuencias de la crisis climática», añade Lourdes Hernández.
La despoblación rural, el incremento de la interfaz urbano-forestal y una sociedad cada vez más alejada del medio natural ha supuesto el colofón en el nuevo paradigma de incendios extremos al que apuntan todas las proyecciones.
Se avanza lentamente en temas de prevención
El incendio de Guadalajara, ocurrido el 16 de julio de 2005, marcó un antes y un después en la lucha contra los incendios forestales en nuestro país, especialmente en el plano social, aumentando la sensibilización de la sociedad sobre el peligro que suponen estos eventos no solo para la naturaleza, sino también para las personas.
Sin embargo, aunque se ha producido una evolución en este marco, en gran medida, las modificaciones de la normativa han venido a «parchear» los años negros de incendios forestales, con prohibiciones específicas ante situaciones concretas (barbacoas o uso de maquinaría) pero siguen sin abordar el problema estructural de los incendios, lo que denota una falta de visión más integral.
Quedan aún por abordar retos fundamentales como la falta de ejecución o de coherencia de los planes de prevención autonómicos, la ausencia de priorización de las inversiones, la escasa inversión preventiva en comparación con la extinción, la falta de apoyo a modelos agroforestales resilientes, la necesidad de reforzar la gobernanza rural o el manejo del paisaje como medida estructural.
Frente a ello,se propone para reducir la peligrosidad de los incendios, la adopción de un marco regulatorio adecuado e integral. El Gobierno debe aprobar el Real Decreto (RD), actualmente en tramitación, que persigue establecer criterios comunes en los planes anuales de las comunidades autónomas para la prevención, vigilancia y extinción de incendios forestales.
Además, las comunidades autónomas deben adoptar planes anuales integrales de prevención y medidas de adaptación al cambio climático (con estrategias de prevención y gestión del territorio). Así como establecer una política de fiscalidad verde de «quien contamina paga» y «quien conserva recibe», y mayor inversión de las administraciones públicas en investigación e innovación.
«La única forma de evitar que los grandes incendios sigan devorando comarcas enteras cada verano pasa por gestionar y adaptar el territorio para hacerlo menos inflamable y más resiliente. Hasta ahora la prevención era entendida como la realización de tratamientos selvícolas puntuales y mantenimiento de pistas, cortafuegos o puntos de agua.
Esto es insuficiente», añade Lourdes Hernández. Y añade: «La máxima consiste en crear paisajes para reducir las emergencias. En lugar de combatir las llamas, hay que combatir el abandono rural. Si no adaptamos el territorio, los impactos ambientales y socioeconómicos de los incendios seguirán aumentando«. ECOticias.com