A 4.000 metros de profundidad, en una llanura abisal del Pacífico entre Hawái y México, unas rocas del tamaño de una patata parecen estar haciendo algo que hasta ahora atribuíamos casi solo a las plantas. Producen oxígeno en completa oscuridad. El hallazgo, publicado en la revista Nature Geoscience, se ha hecho en la zona Clarion‑Clipperton, el gran “eldorado” de nódulos polimetálicos que muchas empresas quieren explotar para fabricar baterías y tecnologías renovables.
Los investigadores han bautizado este proceso como oxígeno oscuro. No porque sea misterioso, sino porque se genera sin luz. Y coloca sobre la mesa dos preguntas incómodas. Qué papel juega este oxígeno en la vida del fondo marino. Y qué pasaría si arrasamos el hábitat que parece producirlo para extraer los metales que alimentan la transición energética.
Qué es el «oxígeno oscuro»
La mayor parte del oxígeno de la Tierra lo fabrican organismos fotosintéticos, desde los bosques hasta el fitoplancton marino. Sin embargo, en los últimos años se ha demostrado que también puede producirse oxígeno en la oscuridad a través de reacciones químicas y microbianas que no dependen del Sol. A ese conjunto de procesos se le llama «oxígeno oscuro».
Un ejemplo ya descrito está bajo nuestros pies. En 2023, un equipo internacional analizó 138 muestras de aguas subterráneas de acuíferos canadienses y encontró cantidades apreciables de oxígeno disuelto en aguas muy antiguas, donde se suponía que casi no debería quedar. El análisis isotópico y del ADN apuntó a microbios capaces de generar oxígeno a partir de compuestos como el clorito o el óxido nítrico, sosteniendo comunidades muy activas en acuíferos sin luz.
Es decir, ya sabíamos que el planeta tiene pequeños “respiraderos” de oxígeno ocultos en la oscuridad terrestre. Lo nuevo es que ahora los científicos han visto algo parecido en el fondo del océano, asociado a unas rocas muy especiales.
Las rocas que funcionan como una pila
La zona Clarion‑Clipperton (CCZ) es una llanura abisal de unos 4,5 millones de kilómetros cuadrados entre Hawái y México, a profundidades de entre 4.000 y 5.500 metros. El lecho marino está salpicado por trillones de nódulos polimetálicos del tamaño de una patata, ricos en manganeso, níquel, cobalto, cobre, zinc y otros metales considerados críticos para baterías de coches eléctricos, almacenamiento de energía y electrónica. No es casual que algunas empresas hayan popularizado la expresión «batería en una roca».
El equipo dirigido por Andrew Sweetman, de la Scottish Association for Marine Science, instaló cámaras de incubación sobre el fondo marino en un área de concesión minera conocida como NORI‑D. La idea era sencilla. Medir cuánta cantidad de oxígeno consumen sedimentos, microbios y fauna del fondo. Lo lógico era ver cómo el oxígeno disminuía con el tiempo dentro de la cámara. Ocurrió lo contrario. En algunos experimentos, la concentración llegó a triplicarse en apenas dos días.
Al principio pensaron en un fallo de los sensores. Los recalibraron varias veces, repitieron campañas y llevaron sedimentos y nódulos al laboratorio. Incluso añadieron cloruro de mercurio para matar a los microbios, pero el oxígeno siguió aumentando. Cuando midieron el potencial eléctrico en la superficie de los nódulos, encontraron un voltaje medio de alrededor de 0,95 voltios, suficiente para dividir moléculas de agua en hidrógeno y oxígeno en condiciones parecidas a las del fondo marino.
En palabras sencillas, esas rocas se comportan como pequeñas “geobaterías” que podrían realizar una electrólisis natural del agua de mar y liberar oxígeno en un lugar donde nunca llega la luz.
Un hallazgo tan sorprendente como polémico
Un resultado así levanta pasiones científicas. Otros investigadores han advertido de que hacen falta más datos para confirmar que la fuente del oxígeno son realmente los nódulos y no efectos del instrumental o del agua circundante. Un análisis crítico publicado en Science y comentarios en servidores de preprints señalan que el mecanismo exacto sigue sin demostrarse y que las estimaciones iniciales pueden ser optimistas.
En ciencia, que otros grupos pongan pegas no es una mala noticia. Es parte del proceso normal. Lo que sí parece claro es el mensaje de fondo. Sabemos muy poco de lo que ocurre en estas llanuras abisales que, al mismo tiempo, estamos poniendo en el punto de mira de la minería submarina.
Minería submarina con más interrogantes
La CCZ está bajo la regulación de la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos, el organismo de la ONU que concede licencias de exploración en aguas internacionales. En esta región ya se han otorgado decenas de contratos de exploración y hay empresas presionando para pasar a la fase de explotación comercial.
Frente a esa carrera, más de 25 países y un número creciente de científicos y organizaciones piden una moratoria o una pausa de precaución para la minería en aguas profundas. Argumentan que no se conocen bien los impactos sobre ecosistemas que tardan millones de años en formarse y donde la mayoría de las especies ni siquiera han sido descritas. El propio coautor Franz Geiger lo resumía con una frase clara «tenemos que replantearnos cómo extraer estos materiales para no agotar una posible fuente de oxígeno para la vida de las profundidades».
En la práctica, la cuestión se puede plantear así. Los mismos nódulos que concentran los metales de la batería de tu móvil o de un coche eléctrico pueden estar aportando oxígeno y sustrato a comunidades enteras de organismos que viven en la oscuridad. Si los arrancamos sin entender su función, es como desmontar los cimientos de una casa mientras seguimos viviendo dentro.
Qué debemos tener en cuenta como sociedad
Este descubrimiento no significa que el océano profundo vaya a “salvarnos” del cambio climático ni que el oxígeno oscuro vaya a compensar la pérdida de oxígeno en aguas más superficiales por el calentamiento y la acidificación. El propio estudio reconoce que la magnitud real de este flujo de oxígeno, comparada con las grandes corrientes oceánicas, sigue siendo una incógnita.
Lo que sí nos recuerda es otra cosa. Que la transición ecológica y la movilidad eléctrica necesitan metales, pero la forma de conseguirlos importa tanto como el objetivo de descarbonizar. Cambiar minas a cielo abierto por minería en la “noche eterna” del océano no es gratis. Hay ruido, sedimentos en suspensión, posibles pérdidas de oxígeno y destrucción de hábitats que apenas empezamos a describir.
Para países como España y para la Unión Europea, que hablan de economía azul y de autonomía estratégica en minerales críticos, el mensaje es claro. Antes de abrir la puerta a explotar fondos marinos, hace falta mucha más ciencia independiente sobre procesos como el oxígeno oscuro y sobre el papel ecológico de los nódulos. El principio de precaución no es un freno caprichoso. Es una forma de no hipotecar un ecosistema del que todavía desconocemos hasta cómo respira.
El fondo del Pacífico no vota ni protesta. Pero cada vez que miramos la factura de la luz o pensamos en cambiar de coche, también estamos decidiendo qué futuro tendrán esas llanuras abisales. El reto ahora es avanzar hacia una economía baja en carbono sin dejar sin aire a los lugares donde la vida ha aprendido a respirar en la oscuridad más absoluta.
El estudio ha sido publicado en la revista Nature Geoscience, donde se detallan los datos y la metodología de este hallazgo.





















