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viernes, septiembre 29, 2023

Los mamíferos que poseen un cerebro grande en relación con el tamaño de su cuerpo acostumbran a vivir más años

En algunos mamíferos el tamaño del cerebro es mayor de lo que cabría esperar en relación con su tamaño corporal. Es el caso, por ejemplo, de los grandes primates —como los chimpancés y los gorilas—, de las ballenas y delfines y de los elefantes. Los científicos llevan mucho tiempo preguntándose por qué la naturaleza favorece en ocasiones el desarrollo de cerebros grandes si requieren tanto tiempo para alcanzar la madurez funcional y consumen tanta energía. Una de las explicaciones clásicas es la hipótesis del cerebro protector (CBH, por Cognitive Buffer Hypothesis), según la cual un cerebro más grande proporciona una mayor flexibilidad de comportamiento ante cambios del entorno y favorece el aprendizaje, lo que permite hacer frente con éxito a desafíos ecológicos.

Los investigadores del CREAF César González-Lagos y Daniel Sol, junto con Simon Reader (Universidad McGill, Canadá), arrojan nuevos datos que sustentan dicha hipótesis en un artículo publicado recientemente en el «Journal of Evolutionary Biology». Mediante un método estadístico, los autores han analizado los datos de 493 especies de mamíferos —desde roedores y murciélagos, hasta cetáceos, felinos, ungulados y marsupiales— y han llegado a la conclusión de que el hecho de tener un cerebro más grande suele estar relacionado con tener una vida más larga, lo que supone una nueva ventaja.

Además de generar mayores oportunidades para adaptarse a los cambios y favorecer, por tanto, la supervivencia, un mayor tamaño encefálico permitiría también vivir más años y, con ello, reproducirse más veces, lo que resulta beneficioso para los individuos. Esto compensaría el hecho de que se necesite un desarrollo embrionario más largo para poder generar un cerebro más grande. También han observado que las especies con cerebros mayores tardan más en alcanzar la madurez sexual, lo que quedaría compensado en parte por el hecho de tener una vida reproductiva más larga.

El estudio amplía el rango taxonómico respecto al utilizado en trabajos anteriores y ha tenido en cuenta las relaciones filogenéticas entre las especies analizadas. Los investigadores han considerado otras variables que podrían estar relacionadas con una vida más larga, como la tasa metabólica —el consumo energético del organismo en reposo—, la dieta o las características del hábitat, y han concluido que ninguna de ellas puede asociarse significativamente a la longevidad. En cambio, ésta sí mantenía vínculos, además de con el tamaño del cerebro, con un mayor tamaño del cuerpo. Se sabe desde hace unos años que los animales más grandes suelen ser más longevos, pero los investigadores del CREAF confirman que el tamaño del cerebro aumenta la supervivencia con independencia del tamaño del cuerpo. Las hienas, por ejemplo, tienen un cerebro mayor que las jirafas en relación a su tamaño y viven de media más años, aunque son más pequeñas que estos herbívoros.

El modelo estadístico empleado también ha tenido en cuenta si los registros de edad de estas casi quinientas especies analizadas se habían producido en estado salvaje o en cautividad. En este último caso hay más probabilidades de que los animales vivan más tiempo.

Los autores del estudio puntualizan que la relación entre un cerebro grande y una vida más larga no tiene porqué ser de causa-efecto. «La CBH indica que sí, que un encéfalo mayor favorece una longevidad también mayor, pero también podría ser que vivir más tiempo favorezca el desarrollo de cerebros mayores», aseguran. En este sentido, una vida más larga favorecería un retraso en los ciclos reproductivos y esto permitiría a los progenitores invertir más recursos y convivir más tiempo con sus crías. De este modo, se formaría un grupo social estable cuyos miembros, según la Hipótesis de la Inteligencia Social (SIH, por Social Intelligence Hypothesis), deberían enfrentarse a más demandas cognitivas que las de los animales que viven solos, por lo que necesitarían cerebros mayores. «Nuestros resultados», añaden los investigadores, «no nos permiten distinguir cuál de las opciones es la cierta, aunque creemos que ambas son complementarias y se alimentan mutuamente».

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