La llegada de una sequía provoca que llueva menos de lo normal, y cuando no se puede hacer frente a la escasez de agua que conlleva, se convierte en uno de los desastres naturales con mayor impacto medioambiental, económico y social. Se trata de un fenómeno impredecible, aunque los datos de sequías anteriores ayudan a calcular la posibilidad de que se repita de nuevo, lo que puede servir para establecer políticas de previsión.
Sin embargo, una situación de sequía no debe conllevar necesariamente escasez de agua si se desarrollan planes adecuados de explotación y suministro a medio y largo plazo, y si los ciudadanos asumen un consumo responsable acorde a las características climáticas de la región.
Por otra parte, el concepto de sequía se suele confundir con el de aridez, un rasgo climático permanente por el que la pluviosidad es escasa como norma general. Por ejemplo, el sureste peninsular español es un territorio con rasgos de aridez, aunque no de manera especialmente intensa.
Un impacto en aumento
El incremento de la desertización, de los incendios forestales, o de la degradación general del suelo y el paisaje son algunos de los mayores impactos medioambientales de una sequía extensa. Asimismo, las especies de plantas y animales, el hábitat silvestre y la calidad del aire, el agua y el suelo disminuyen, mientras que diversas enfermedades y plagas de insectos aumentan.
Los fenómenos meteorológicos también se resienten, en forma de altas o bajas temperaturas o vientos huracanados. Además, suele ser normal que un periodo de tiempo seco dé paso a otro con lluvias torrenciales, que causarán mayores catástrofes en un medio ambiente degradado por la sequía.
El ser humano está agudizando el impacto de la sequía a causa de determinadas prácticas agrícolas o industriales, como la erosión del suelo, la deforestación o la emisión de gases contaminantes.
A su vez, las actividades humanas también se ven perturbadas por este fenómeno. Los precios de los alimentos, la energía y otros productos se incrementan, conforme los suministros se reducen. La navegabilidad de los ríos se queda limitada, lo que afecta a los costes del transporte. La producción de energía hidroeléctrica disminuye, lo que acentúa el efecto invernadero, puesto que las centrales térmicas tienen que elevar su producción para paliar dicho descenso.
La sequía también provoca diversos desastres de tipo social a nivel mundial, como inseguridad alimenticia, hambruna, desnutrición o epidemias. La disponibilidad de agua por habitante es cada vez menor, de manera que se considera que en los próximos veinte años se convertirá en un elemento estratégico de supervivencia. Los ciudadanos afectados acaban emigrando en busca de alimentos y agua, tanto de unos países a otros, como desde las zonas rurales a las urbanas del propio país. La ONU denuncia que la sequía es una de las principales causas de pobreza en el mundo y que está empujando a 135.000.000 de personas a emigrar de sus países.
Sin embargo, la sequía no tiene por qué asociarse inevitablemente a la hambruna y prueba de ello es que sequías de características similares en Europa tienen consecuencias menores. En la mayoría de los países europeos las sequías tienen lugar periódicamente, siendo más frecuentes en los del sur, centro y este.
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